Maria Teresa Rita and Gabriela Rodrigues, Research fellows from the Agrogreen-SUDOE Project in the Instituto Superior de Agronomia (Universidade de Lisboa), have been doing some field work in the last week in the framework of the project.
In the first two photographs, Gabriela is collecting the greenhouse gases in the riparian zone from the Sorraia River (Coruche, Portugal) and in the corn field.
In these other pictures, Teresa is installing the humidity probes to collect data for the project.
Los sistemas de producción agrícola son fuente de riqueza y bienestar a través de la producción de alimentos y otros bienes. Sin embargo, una incorrecta gestión en los cultivos puede llevar a importantes impactos medioambientales en forma de, por ejemplo, emisiones de gases de efecto invernadero y compuestos contaminantes a la atmósfera, las aguas y el suelo.
El proyecto europeo AgroGreen SUDOE busca co-diseñar, con la participación directa de los principales actores implicados, estrategias de manejo de los agroecosistemas en el Sudeste europeo (Sur de Francia, España y Portugal) que lleven a incrementar la sostenibilidad medioambiental de los mismos mediante la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y de compuestos nitrogenados reactivos.
Entre las diferentes actividades que componen el proyecto destacan aquellas enfocadas a cuantificar en condiciones reales estas emisiones, utilizando, además, estos ensayos piloto como zonas demostrativas, así como talleres de co-diseño de estrategias de manejo que incrementen la sostenibilidad de los cultivos más representativos de las cuencas hidrográficas de los ríos Tajo (España y Portugal) y Garona (Francia).
En este mes de mayo se están realizando campañas de muestreos en zonas de ribera y zonas agrícolas contiguas a los ríos Garona (Toulouse, Francia) y Henares (Madrid, España). Así como actividades de co-creación para diseñar conjuntamente estrategias de manejo agrícola, sensibles a las realidades de cada región y cada actor implicado (agricultores/as, tomadores de decisiones, etc.), que reduzcan la huella de carbono de nuestros cultivos e incrementen su sostenibilidad en el uso de recursos.
Las campañas de Madrid se llevan a cabo en el CENTER (Centro Nacional de Tecnología de Regadíos), del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación de España. El CENTER es un centro tecnológico especializado en normalización y ensayo de materiales y equipos de riego.
FADEMUR y UPA han celebrado una jornada del proyecto Agrogreen-SUDOE para ahondar en técnicas innovadoras para producir alimentos de forma sostenible.
La sostenibilidad, lejos de ser una opción, es una obligación para los agricultores y agricultoras de todo el mundo. La agricultura del sur de Europa es ejemplar en muchos aspectos, por su diversidad, su resiliencia y su capacidad para adaptarse a entornos climáticos complejos. Ahora además pretende convertirse en un campo de pruebas para producir alimentos adaptándose al cambio climático.
El proyecto Agrogreen-Sudoe es uno de los ejemplos de colaboración entre entidades con mucho que decir en el futuro de la agricultura y la alimentación de toda la sociedad. Organizaciones de agricultores y agricultoras, como UPA y FADEMUR, en el caso de España, están colaborando con universidades, como la Politécnica de Madrid, el Centro Superior de Agronomia portugués o el Centro de Investigación Científica de Francia para desarrollar experimentos que enseñen a los productores a producir más con un menor impacto.
El proyecto comenzó hace varios meses y sus socios se han reunido hoy en el Centro Nacional de Tecnología de Regadíos (CENTER), dependiente del Ministerio de Agricultura, en San Fernando de Henares (Madrid). Allí han analizado estos primeros compases del proyecto y los resultados de las primeras prácticas innovadoras puestas en práctica. Gracias a Agrogreen, se han instalado sondas de humedad en campos de secano y regadío, se está investigando los gases de efecto invernadero que emiten distintos tipos de suelos y se está recabando numerosa información sobre aspectos como la fertilización o el riego que dará lugar a una aplicación con recomendaciones para agricultores.
Las agricultoras quieren estar a la vanguardia de la producción sostenible. En un momento en el que, como confirman los datos del reciente Censo Agrario, las agricultoras asumen cada vez más su papel como jefas de explotación, el papel de las mujeres como productoras de alimentos cobra una gran relevancia y, como señalan desde FADEMUR, el compromiso de las agricultoras y ganaderas con la producción sostenible es firme.
El proyecto Agrogreen continuará durante dos años, recabando información, realizando experimentos y jornadas de intercambio de conocimiento. El objetivo: difundir las mejores prácticas para reducir el uso de agua y optimizar la aplicación de fertilizantes, todo ello en un contexto en el que la producción de alimentos vuelve a ocupar su lugar como una actividad estratégica e imprescindible para toda la sociedad.
Ver galería de fotos de la jornada Agrogreen-SUDOE (cortesía de UPA)
Estamos desarrollando un innovador proyecto para ser -aún- más sostenibles en el campo. Investigamos cómo optimizar la fertilización y el riego en nuestros campos utilizando la agricultura de precisión. En este vídeo puedes ver un buen ejemplo. 🛰️🌱 Gracias al proyecto #Agrogreen, coordinado por la Universidad Politécnica de Madrid y que cuenta con la colaboración de UPA, se han instalado sondas de humedad para permitir a los agricultores reducir el agua y los fertilizantes necesarios para los cultivos.
PROYECTO COFINANCIADO POR EL PROGRAMA DE COOPERACIÓN INTERREG V-B EUROPA SUROCCIDENTAL (SUDOE) A TRAVÉS DEL FONDO EUROPEO DE DESARROLLO REGIONAL (FEDER)
El cambio climático es una evidente realidad, pero en el caso del sector agrario tiene la peculiaridad de que sus efectos tienen un doble sentido: los eventos meteorológicos afectan directamente a los cultivos y al ganado, y al mismo tiempo, determinadas prácticas de la agricultura y la ganadería también inciden en el cambio climático.
Elisa Plumed entrevista a Alberto Sanz Cobeña, profesor titular de la Universidad Politécnica de Madrid, investigador del Ceigram (Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Medioambientales) y Coordinador principal del Proyecto AgroGreen SUDOE.
Escucha el podcast completo aquí: Agricultura, cambio climático y viceversa #04
Un podcast de SIGFITO: http://cultivandoelmedioambiente.es/
La Fundación Alternativas y la Fundación Daniel y Nina Carasso presentaron este miércoles, en el Real Jardín Botánico de Madrid, su ‘Libro Blanco de la Alimentación Sostenible en España’, en el que participaron los investigadores Alberto Sanz Cobeña, Eduardo Aguilera, Ana Iglesias y Tomás García Azcárate, con la coordinación de la también investigadora del CEIGRAM Ivanka Puigdueta. El volumen, en el que han participado más de 50 investigadores y profesional del tercer sector, identifica y propone las principales claves para lograr una transición hacia sistemas alimentarios sostenibles y resilientes. Este objetivo se plasma en cada uno de los 13 capítulos temáticos que componen el tomo, a través de una serie de propuestas con el propósito de conciliar el sistema alimentario con las necesidades del planeta y responder positivamente a la demanda de los españoles de una alimentación saludable, equitativa y respetuosa con el medioambiente.
Entre las recomendaciones que propone el Libro Blanco de la Alimentación Sostenible en España para acometer una transición justa y ecológica hacia sistemas alimentarios sostenibles y resilientes, destaca la necesidad de que la ciudadanía esté “bien informada y sea capaz de tomar decisiones de consumo conscientes, adoptando un papel de agente activo en el proceso, obteniendo la información necesaria desde las etapas educativas y practicando hábitos alimentarios sostenibles en los comedores escolares”. Una correcta educación alimentaria, que llegue a toda la ciudadanía mediante estrategias de comunicación eficientes, debe contar, como requisito esencial, con una adecuada transparencia informativa para facilitar la toma de decisiones, guías alimentarias eficaces y una correcta caracterización y etiquetado de los alimentos.
Un cambio en los marcos políticos e institucionales es otro requisito que el libro plantea para transitar hacia una alimentación sostenible. Sobre este punto, la compra pública de alimentos sostenibles puede generar un importante crecimiento de su demanda y redundar en potenciar unas relaciones económicas y laborales justas y transparentes para obtener alimentos de manera respetuosa con el medio ambiente. Asimismo, permitiría ofrecer alimentos más saludables a colectivos especialmente sensibles, como son los centros educativos, sociosanitarios o penitenciarios. Sin embargo, para avanzar en ello es necesario que la compra pública cuente con una legislación más adecuada que estimule su efectividad, mejorando la coordinación entre las distintas administraciones y reforzando la formación y capacitación del personal técnico y del liderazgo político.
El Libro Blanco también sugiere corregir las disfunciones del sistema alimentario, derivadas en muchas ocasiones de la falta de consideración de las externalidades negativas ambientales y sobre la salud que provoca el diseño inadecuado de los instrumentos financieros de las políticas públicas, o de una desigual distribución de los beneficios y costes del funcionamiento del sistema. En este sentido, es necesario “modificar la fiscalidad que se aplica a ciertas actividades productivas y a los propios alimentos” para mitigar los efectos externos negativos sobre el medio ambiente o la salud. También es importante “modificar los sistemas de ayudas, como los de la Política Agraria Común (PAC), y reorientarlos hacia modelos de producción respetuosos con la naturaleza, ya que no responden a las necesidades de unos sistemas alimentarios sostenibles y son nocivos para la salud de personas, animales y ecosistemas.
En lo que se refiere a la cadena de valor, esta ha de ser equilibrada, transparente, inclusiva y resiliente. Para ello, los actores implicados han de tener un reparto equitativo que permita cumplir con los Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) y conseguir una economía circular que integre a las explotaciones familiares, basada en la investigación e innovación, favoreciendo los productos locales y de temporada, los mercados campesinos y la agroecología. El suelo agrícola debe ser protegido, sobre todo en las zonas periurbanas y los seguros agrarios deben ser potenciados, así como el ahorro energético y las energías renovables.
Por otro lado, la producción alimentaria debe estar en equilibrio con la naturaleza. Desde una posición de respeto hacia el medio ambiente, la resiliencia y el empoderamiento de las personas que se dedican al sector agroalimentario cobran un papel primordial frente a un mundo globalizado y sometido al cambio climático. El modelo productivo debe ser capaz de generar rentas dignas y unas adecuadas condiciones de trabajo, incorporando a las mujeres al sector y protegiendo a los trabajadores frente a los elementos tóxicos y contaminantes empleados en la producción. A este respecto, el conocimiento científico, la innovación y el acceso a la digitalización deben ser herramientas básicas para el desarrollo del marco productivo que propone el Libro Blanco de la Alimentación Sostenible en España, además de una profunda consideración por la agroecología y la pesca sostenible.
Este primer Libro Blanco sobre la alimentación sostenible en España no tiene todas las soluciones pero sí es un punto de partida para lanzar un debate sobre cómo debería ser la alimentación en 2030. Medidas concretas dirigidas a facilitar la transición hacia un sistema alimentario sostenible desde un punto de vista sistémico. Es parte de la solución porque la alimentación es mucho más que alimentos, es un todo vista con el prisma filosófico del desafío de la reflexión y de no quedarse en el aspecto más cotidiano que encierra. Es también salud, agua, ciudades, ecosistemas, terrestres, clima, educación, empleo, industria, igualdad y el resto de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. Esta dimensión múltiple de la alimentación la convierte en un eje estratégico para trabajar de manera sistémica todos los ámbitos de la sostenibilidad. También, eje transversal de trabajo y de ideación de un nuevo habitar.
A través del siguiente enlace podrás descargar de forma gratuita el libro: Libro Blanco de la Alimentación Sostenible en España
Acerca de Fundación Alternativas
La Fundación Alternativas es un centro independiente de pensamiento y debate para la transformación política y social. Nació en 1997 con la voluntad de ser un cauce de reflexión y su misión es contribuir al pensamiento teórico y cultural progresista.
Sobre la Fundación Daniel y Nina Carasso
La Fundación Daniel y Nina Carasso trabaja para transformar el modelo de la sociedad actual en uno más ecológico, inclusivo y que permita el desarrollo en plenitud. Se compromete en dos grandes ámbitos que son la Alimentación Sostenible, por un acceso universal a una alimentación sana, respetuosa con las personas y los
ecosistemas, y el Arte Ciudadano, para el desarrollo del espíritu crítico y el refuerzo de la cohesión social.
Acompaña proyectos en Francia y en España, movilizando recursos económicos y humanos, así como desarrollando acciones propias con este fin. Impulsada por el objetivo del impacto social, fundamenta su acción en la investigación, los saberes empíricos, la experimentación, la evaluación y los aprendizajes compartidos. Creada
en 2010, la Fundación Daniel y Nina Carasso es una fundación familiar afiliada a la Fondation de France.
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Fuente de la noticia: Fundación Alternativas y Fundación Daniel y Nina Carasso
Autor: Alberto Sanz Cobeña
He intentado resistirme, por lo que tiene de tópico, pero empezaré este texto haciendo referencia al nitrógeno atmosférico: casi un 80% del aire que respiramos es nitrógeno. Nitrógeno molecular (N2), para ser exactos. Hasta tenemos una canción de Mecano que nos lo recuerda. Como elemento químico, es uno de los componentes básicos de los aminoácidos que conforman las proteínas. Sin nitrógeno, sería muy complicada la vida tal y como la conocemos.
Estas dos afirmaciones conforman la «cara buena» del nitrógeno. Quienes trabajamos en el estudio de la sostenibilidad de los agroecosistemas sabemos muy bien que, a esta cara amable para la vida, la acompaña una bastante menos sonriente.
Hace tiempo, cuando comenzaba mi doctorado, en una de las primeras conferencias a las que pude asistir se presentó al nitrógeno como una suerte de doctor Jekyll y Mr. Hyde. La reunión era en Edimburgo, ciudad del fantástico personaje del gran Robert Louis Stevenson. En esa conferencia se debatía, entre otros temas, sobre la necesidad de construir y difundir mensajes claros sobre los desafíos medioambientales (y sociales) ligados los impactos negativos del exceso de compuestos nitrogenados en el medio, y la dificultad de dicha empresa. Más de una década después, tengo la impresión de que aún queda mucho por hacer. Y ello pese a la gran labor de investigadores como el profesor Mark Sutton, a través del impulso de iniciativas internacionales como la Declaración de Colombo de Naciones Unidas sobre contaminación por Nitrógeno, y de la grave incidencia que la liberación de compuestos nitrogenados a la atmósfera y las aguas tiene sobre nuestros ecosistemas y sobre nuestra salud.
Desafortunadamente, para nuestra salud y la de los ecosistemas que nos rodean, aquel colorido ciclo del nitrógeno (la circulación de nitrógeno en la biosfera a través de procesos bioquímicos y físicos) que estudiábamos en primaria y en la ESO ha dejado de existir. En su lugar aparece una cascada de compuestos nitrogenados altamente reactivos que, desde nuestros cultivos, granjas, automóviles e industrias, son liberados al medio suponiendo graves problemas medioambientales, sociales y económicos.
El nitrógeno es esencial en la producción agrícola. Sin embargo, de la gran cantidad de nitrógeno presente en la atmósfera, únicamente las leguminosas, gracias a la maravillosa simbiosis con bacterias de la familia Rhizobium, son capaces de utilizarlo. El resto de los cultivos necesita de la aplicación de fertilizantes para desarrollarse. El gran problema es que la mayor parte del nitrógeno que entra en cultivos, en forma de fertilizantes, y granjas, como parte de los piensos, se pierde. Hacia la atmósfera, en forma de amoniaco (NH3), óxido nitroso (N2O) y óxidos de nitrógeno (NOx), y hacia las aguas subterráneas y superficiales, como nitrato (NO3–). Cada uno de estos compuestos se relaciona con problemas diferentes ligados a la salud humana y/o de los ecosistemas, con importantes implicaciones económicas.
El amoniaco es uno de los mejores exponentes de la enorme alteración del ciclo biogeoquímico del nitrógeno. La liberación de NH3 hacia la atmósfera es el primer paso de una serie de procesos que dan lugar a la formación de partículas en suspensión que, tras viajar metros o kilómetros, se depositan en superficies vegetales o el suelo. Tras su depósito, el NH3 puede dar lugar a procesos de acidificación del suelo, lo que altera la nutrición vegetal, o de eutrofización, lo que afecta negativamente a la biodiversidad. Se estima que más del 90% de la emisión de amoniaco tiene origen agrícola: suelos agrícolas fertilizados, con fertilizantes sintéticos o con estiércoles, y en la generación y gestión de estos últimos. Los sistemas ganaderos son otra muy relevante fuente de emisión de este contaminante, especialmente aquellos basados en animales monogástricos, como cerdos y pollos. La elevada densidad de animales en un determinado lugar supone la generación de ingentes cantidades de purines de muy difícil gestión: un grave problema bien conocido en varias regiones españolas.
También conocemos ya las implicaciones de la contaminación por nitrato sobre la calidad de las aguas. Pensar en la hipoxia del Mar Menor nos ayuda a visualizar esos impactos tan dramáticos. Los fertilizantes, tanto los de origen industrial como los estiércoles, aplicados de forma no ajustada a las necesidades de la planta, lleva a la liberación de nitrógeno que alcanza las aguas superficiales y subterráneas, generalmente en forma de nitrato. Estos nutrientes son utilizados por algas que proliferan, bajo condiciones ambientales determinadas, dando lugar a los eventos que hemos visto en el Mar Menor, o a los que están acostumbrados quienes habitan en el entorno del Golfo de México.
Unidos al amoniaco y al nitrato, otro compuesto nitrogenado de especial relevancia es el óxido nitroso (N2O) –no confundir con el dióxido de nitrógeno, NO2, del que hablaremos en el siguiente párrafo–, un potente gas de efecto invernadero de origen mayoritariamente agrícola. En suelos agrícolas fertilizados, la acción de microorganismos (bacterias y hongos) transforma el nitrógeno procedente de los fertilizantes, tanto sintéticos como orgánicos (estiércoles, sobre todo) en otros compuestos, liberándose en el proceso óxido nitroso, cuya acción como gas de efecto invernadero es 298 veces superior a la de la molécula de CO2. En las últimas décadas, las emisiones de este gas han experimentado un crecimiento muy importante debido al aumento en la fertilización nitrogenada de los cultivos en muchas zonas del planeta.
Por último, en zonas urbanas, uno de los principales contaminantes que miden las estaciones de calidad del aire es el dióxido de nitrógeno (NO2), un contaminante atmosférico con graves impactos sobre la salud pública por su participación directa en la formación de partículas en suspensión con un tamaño lo suficientemente pequeño como para penetrar en nuestras vías respiratorias, causando enfermedades de tipo cardiovascular. Se estima que cada año tienen lugar más de 44 mil muertes de mayores de 14 años por la mala calidad del aire en nuestras ciudades. Además, el NO2 participa en la formación del ozono troposférico, otro de los contaminantes que más nos deben preocupar por su incidencia sobre la salud humana y de nuestros ecosistemas.
La buena noticia es que existen opciones técnicas para mejorar la eficiencia en el uso del nitrógeno, tanto en nuestros sistemas agrícolas y ganaderos como en los núcleos urbanos. En el caso de la fertilización de cultivos, lo más eficaz es ajustar la dosis a las necesidades del cultivo vía, por ejemplo, estrategias de agricultura de precisión. En el caso de la fertilización con estiércoles líquidos (purines), la medida con mayor impacto es su incorporación al suelo durante o inmediatamente después de su aplicación. En los sistemas ganaderos existen medidas curativas centradas en filtrar el aire que sale de las granjas, otras enfocadas a las dietas del ganado, o en el almacenamiento de los purines. Una medida muy eficaz para reducir las emisiones de amoniaco sería redimensionar y relocalizar estos sistemas, de forma que se fomente una ganadería altamente ligada al territorio y en donde se favorezca la circulación de materia y energía: por ejemplo, que los estiércoles de ganadería sean reaprovechados en los campos de cultivo.
Desde el otro extremo de la cadena alimentaria también pueden implementarse medidas eficaces para reducir las pérdidas de nitrógeno y sus problemas asociados. Dietas menos sostenidas en la ingesta de proteína animal y una gestión de residuos orgánicos basada en el compostaje son también medidas de calado que llevarían a una mayor recirculación de nitrógeno, minimizando sus pérdidas al medio.
En las ciudades, la implementación de planes de movilidad que favorezcan el uso de la bicicleta, el transporte a pie y los servicios de transporte colectivo, en detrimento del transporte privado, son indispensables para la salud de quienes habitamos en ciudades medias y de gran tamaño.
Además de lo anterior, el primer paso para reducir estos impactos es conocerlos. Conocerlos y hablar de ellos.
Una de las principales razones tiene que ver con la complejidad de los procesos de los que hablábamos antes: unos compuestos nitrogenados, muy reactivos, que se transforman en otros, tanto o más perjudiciales que el anterior. Comunicar esto de forma clara y efectiva requiere de mucho tiempo. Tiempo y recursos. Y nuestro sistema de I+D+i adolece de ambos. La escasa valoración de las actividades de divulgación y transferencia dentro de la carrera investigadora tampoco ayudan.
En el caso de los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, existe una carencia notabilísima de periodistas con formación científica básica. Una vez más, la escasez de recursos y la precariedad, en este caso del sector periodístico, lastra el conocimiento y el interés general.
Por supuesto, no es descartable que existan intereses privados para retrasar el conocimiento público de los problemas, con un origen científicamente contrastado y conocido, derivados de prácticas y actores concretos. Pero, sin duda, el principal obstáculo en la expansión del conocimiento sobre los desafíos medioambientales (y sociales) a los que nos enfrentamos (y la alteración del ciclo del nitrógeno no es uno menor), es la falta de un plan ambicioso de formación científica básica desde los primeros estadios de la educación. Tener claro qué es el método científico, el rigor científico, la incertidumbre… conceptos fundamentales para entender (y aceptar) realidades y desafíos en un mundo tan cambiante.
Es hora de darle a los desafíos socio-ambientales a los que nos enfrentamos la importancia que tienen. Así pues, ¿y si hablamos de nitrógeno?
Alberto Sanz Cobeña es profesor titular en la Universidad Politécnica de Madrid e investigador en el CEIGRAM. Investigador Principal de proyectos de investigación competitivos que, como AgroGreen SUDOE, buscan incrementar la sostenibilidad de los sistemas agrícolas con especial foco en la liberación de compuestos nitrogenados al medio. Es coordinador, junto a Luis Lassaletta (CEIGRAM, UPM), del próximo Congreso Internacional del Nitrógeno, que tendrá lugar en Madrid en otoño de 2022.
Fuente original: ¿Y si hablamos de nitrógeno?
Los alimentos que decidimos consumir, su origen y la forma en la que se producen, cómo se procesan y distribuyen, dónde los adquirimos, la manera en que los conservamos y elaboramos, la cantidad de ellos que acabamos comiendo o tirando a la basura, el modo en que se gestionan sus residuos… Todos estos aspectos determinan el impacto medioambiental de nuestra alimentación.
Si ponemos el foco en el cambio climático, se estima que alrededor del 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero globales están relacionadas con lo que comemos (y desperdiciamos). Estas emisiones ocurren en nuestros cultivos y granjas, principalmente, en forma de metano, originado mayoritariamente en sistemas ganaderos debido a la fermentación entérica de los animales rumiantes, y de óxido nitroso, emitido por los suelos agrícolas fertilizados. Sin embargo, la huella de carbono de nuestra alimentación no está ligada únicamente a estas emisiones, sino también a las que tienen lugar fuera la finca, durante la producción de insumos como fertilizantes, pesticidas, agua de riego, combustibles, o incluso el propio suelo, que en muchos lugares se obtiene previa deforestación. Se incluyen también las emisiones que acompañan al producto obtenido desde que sale por la puerta de la explotación para ser transformado en bien de consumo, y las que se producen más allá del consumo, en la gestión de los residuos.
Hemos mencionado emisiones estimadas a escala global, pero: ¿qué ocurre en España?
El potencial de mejora o de reducción de las emisiones de efecto invernadero en nuestro sistema agroalimentario es enorme y ha ido creciendo en el tiempo. Desde una perspectiva histórica, la huella de carbono por persona de nuestra alimentación se ha multiplicado por 2,4 entre 1960 y 2010. Un análisis minucioso de esa huella muestra que no existe una única actividad ligada a la producción y consumo de alimentos que domine el total de las emisiones. En consecuencia, son varias las decisiones a tomar a la hora de consumir para reducir el impacto de nuestros hábitos alimenticios.
El qué comemos es muy importante, ya que las emisiones de un alimento con base vegetal son menores que otro con base animal, y existen grandes diferencias entre los distintos productos de cada categoría; pero no se debe desdeñar el cómo se ha producido. Por ejemplo, la agricultura ecológica suele asociarse a menores niveles de emisiones de gases de efecto invernadero.
Tampoco el dónde, y por lo tanto cuánta distancia ha tenido que viajar hasta llegar a nuestras mesas o a los comederos de nuestras granjas, ni el cuándo lo estamos comiendo. O lo que es lo mismo, ¿ha tenido que existir un proceso de transporte, envasado o conservación para que nos comamos un alimento por no hacerlo en la temporada que le corresponde?
Para determinar cuál es el peso de nuestra alimentación en el cambio climático, y cómo podemos actuar para revertir una situación hoy adversa, debemos dar respuesta a cada una de las cuestiones anteriores.
Emisiones debidas a la producción de alimentos y piensos
La fase de producción de alimentos en España es dominante sobre el total de las emisiones, frente a otras fases como el procesado, el transporte o el consumo, si bien va perdiendo peso con el paso del tiempo, pasando del 84% en 1960 al 57% en 2010. Esto es debido al mayor crecimiento de las emisiones de toda la cadena agroalimentaria posterior, desde la distribución a los hogares a la gestión de residuos. Dentro de la fase de producción, destaca la ganadería con un 80% de las emisiones de esta fase de la cadena. De ellas, en torno a la mitad se asocian a la producción de piensos. En ellas tienen mucho peso los productos importados (principalmente soja y maíz), sobre todo debido a la deforestación previa a su cultivo en países como Brasil.
Emisiones asociadas a fases de la cadena posteriores a la producción de alimentos
La mayor parte de las emisiones de efecto invernadero en las fases de la cadena agroalimentaria posteriores a la producción agrícola y ganadera se deben al uso de energía fósil, sobre todo en el transporte y en los hogares. En el caso del transporte, las emisiones son similares a las debidas a la producción de todos los cultivos españoles. La relevancia del transporte muestra la necesidad de repensar las cadenas de distribución actuales hacia modelos de mayor cercanía y con una vinculación más directa entre producción y consumo. Junto con el transporte, la fabricación de los materiales empleados en el empaquetado y embalaje es uno de los procesos que experimenta un crecimiento mayor, siendo hoy más de 20 veces mayor que en los años 60. Esto refleja la transición desde un sistema agroalimentario altamente localizado y en el que los productos se comercializaban mayoritariamente a granel, o en envases reutilizables, a otro en el que los alimentos recorren largas distancias y se comercializan en envases de un solo uso.
Hoy uno de cada tres alimentos acaban en nuestros cubos de basura. La gestión de estos desperdicios supone importantes emisiones, que se suman a las generadas en la producción de los alimentos que se acaban tirando. El desperdicio de alimentos es responsable del 27% de las emisiones totales del sistema agroalimentario.
La huella de carbono por persona asociada a la alimentación de la población española, incluyendo el ciclo completo desde la extracción de recursos para la fabricación de insumos hasta la gestión de los residuos, supone 3,5 toneladas de CO2e al año, lo que equivale a un 60% de las emisiones per cápita mundiales promedio. Se estima que, para lograr, de una manera equitativa, el objetivo de que la temperatura del planeta no supere los 1,5 ºC de incremento respecto a niveles preindustriales que los científicos consideran seguros, la huella de carbono per cápita total de los habitantes de los países desarrollados debería reducirse a 2,5 toneladas de CO2e al año en 2030, 1,4 en 2040 y 0,7 en 2050. Esto significa que solo con la alimentación ya se están superando con creces los niveles de emisión per cápita totales que deberíamos alcanzar en 2030 en España para frenar el cambio climático a niveles aceptables y de manera justa. Así pues, un cambio en la manera en que se producen, distribuyen y consumen los alimentos es esencial en la mitigación del cambio climático. En este último caso, es indudable que nuestras decisiones en el consumo tienen un gran potencial de cambio real. Hemos de acometer cambios en nuestras dietas, hacia opciones que, mejorando nuestra salud, también contribuyan a la mitigación de cambio climático. Importa mucho qué comemos, pero no solo. Debemos pensar más allá y preguntarnos, antes de adentrarnos en el supermercado o en la tienda de nuestro barrio, cómo, cuándo y dónde se ha producido ese alimento. Y, por supuesto, reducir al máximo nuestros desperdicios, pero también procurar que, si son irremediables, vuelvan al suelo en forma de compost.
Alberto Sanz Cobeña es investigador en el Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Medioambientales (CEIGRAM) de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y profesor de la ETSI Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas (ETSIAAB, UPM).
Eduardo Aguilera es investigador postdoctoral Juan de la Cierva en el CEIGRAM (UPM).
Han coordinado el estudio científico Emisiones de gases de efecto invernadero en el sistema agroalimentario y huella de carbono de la alimentación en España.
Fuente original: El impacto para el clima de lo que comen los españoles
“En plena luz del día hasta los sonidos brillan”
Fernando Pessoa
En Lisbon Story (Wim Wenders, 1994) un técnico de sonido viaja desde Frankfurt hasta Lisboa en coche porque un amigo suyo, Fritz, director de cine, le ha escrito una postal desde Lisboa para decirle que necesita su ayuda para grabar los sonidos de la ciudad, ya que está haciendo una película allá.
Hace unas semanas, viajando entre Madrid y Coruche por trabajo, pensé bastante en esta película, en Philip Winter y sus sonidos de la vida.
Pocos días antes, en San Fernando de Henares, habíamos empezado un intenso trabajo de dos semanas que culminaría luego en Portugal.
En las adyacencias del río Henares, entre el 1 y el 5 de noviembre, en el Centro Nacional de Tecnologías de Regadíos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, varios investigadores del proyecto AgroGreen SUDOE nos dedicamos a instalar distintos muestreos con el fin de medir gases de efecto invernadero emitidos por el suelo al lado del río. Estos puntos de muestreo por lo general se instalan en tres localizaciones: la primera es muy cerca del cauce del río (dos metros), la segunda cerca (a unos veinte metros) y la última no tan cerca (a unos cincuenta metros). Esto último lo aprendí (o intuí) después de varias idas al campo con personas que saben mucho de esto, y con quienes estoy muy agradecido, pues la verdad es que aprender sobre agricultura, suelo, aire y agua es algo que me entusiasma cada vez más. También durante esta semana, organizamos desde el proyecto una visita de estudiantes de 2º de la ESO al lugar donde llevamos a cabo los experimentos, todo ello en el marco de la XXI Semana de la Ciencia y la Innovación de Madrid.
Entre las cosas que medimos, principalmente se encuentran tres gases: óxido nitroso (N2O), metano (CH4) y Dióxido de Carbono (CO2); y esto lo podemos hacer de distintas maneras: con cámaras automáticas (a través de un picarro), con cámaras manuales, e incluso con un gasmet. La recogida de datos mediante distintos métodos permite un posterior análisis más exacto de los gases de efecto invernadero emitidos por el suelo en las orillas del Henares, el Sorraia y el Garona. De los ríos Sorraia y Garona no he hablado todavía, pero entiéndase que estos dos son, el equivalente del Henares en Portugal y Francia, respectivamente, en términos de los propósitos de AgroGreen SUDOE, un proyecto de cooperación transnacional, que viene siendo una de las cosas más bonitas de este proyecto, pues ello genera inevitablemente un intercambio entre sus participantes no solo científico, sino cultural y humano. Esto último lo sentí sobre todo en Portugal, en donde estuvimos entre el 7 y el 12 de noviembre.
El Sorraia es un río de Portugal, y es el afluente portugués del Tajo con la cuenca hidrográfica más amplia. El río Sorraia nace en la freguesia de Couço, perteneciente al concelho de Coruche, en el distrito de Santarém, de la unión de los arroyos de Sor y de Raia, que también se funden en su nombre. Pasa por las ciudades de Coruche y Benavente, y tras recorrer 155 km desemboca en el Tajo por la margen derecha en Ponta da Erva, junto a Alcochete, distrito de Setúbal. Esto último lo he leído en Wikipedia, porque antes no lo sabía, y lo de los arroyos Sor y Raia me parece hermoso.
A Coruche llegamos el domingo por la tarde, cerca de las 17 horas (hora de Portugal), y fuimos directo al campo, adonde sería el ensayo, pues había que preparar el terreno para la semana.
Coruche es de esos lugares a los que vas y piensas: “si no fuera por trabajo, probablemente no habría venido acá”, y esos son mis lugares favoritos, los inesperados, los aleatorios, los que suelen servir de fondo a una película de los hermanos Coen, como dijo en un momento Alberto.
En Coruche abunda el alcornoque (Quercus suber), de donde sale el corcho; tanto así, que Coruche es considerada la capital mundial del corcho (lo dice en la entrada del municipio), y probablemente sea Coruche la responsable de que Portugal produzca el 70% de corcho del mundo. Esto último lo leí en un mapa que cogí en la recepción del hotel, no en Wikipedia.
A Coruche llevamos el picarro, el gasmet, las cámaras automáticas y las cámaras manuales; todo para medir lo mismo que medimos en su momento en Madrid, pero es distinto cuando estás lejos de casa, y no digo el proceso de trabajar, sino lo que viene antes y después: hotel, desayuno, comida, reunión; todo lejos de la ciudad a la que uno cree pertenecer, y no es que sea una sensación extraña, pero sí es diferente. En lo personal, viajes como estos me hacen pensar “¿cómo llegué yo hasta aquí?”, y lo digo en un sentido bastante positivo, pero lo positivo no quita lo extraño.
Durante cinco días en Coruche los miembros del equipo AgroGreen SUDOE mezclamos castellano, francés, inglés y portugués en cantidades no determinadas (nos faltó medir eso), y lo cierto es que, más allá del idioma, a la hora de hacer lo que se tenía que hacer la buena disposición estaba siempre presente, tanto para resolver los inconvenientes técnicos que a lo largo de la semana se fueron presentando, como para armar una de las comidas más ricas que recuerdo en los últimos tiempos en medio del campo portugués.
A mitad de semana, parte del equipo debía ir a Lisboa para la reunión semestral del Comité de Gestión del Proyecto, y yo volví a pensar en Philip Winter, con su escayola en el pie derecho, grabando los sonidos de Lisboa para una película en sepia y muda que su amigo dejó en una pensión de la ciudad. Si lo pensamos bien, puede que grabar sonidos sea también una forma de medir lo que nos rodea, otra manera de intentar crear memorias. Y lo mismo para gases que emite el suelo sobre el que andamos.
En Lisboa desemboca el Tajo, el río más largo de la península ibérica, ese que nace en los Montes Universales, ese que pasa por Toledo y que al llegar a Portugal se convierte en Tejo. Sobre el Tejo se construyó uno de los puentes más largos del mundo, el Vasco da Gama. Por ahí entramos a Lisboa, y por ahí la dejamos también.
Me gusta pensar en AgroGreen SUDOE como un puente, uno que conecta ciencia y sociedad, uno que reúne gente de todas partes para recopilar datos e información que nos permitan eventualmente mejorar la manera en la que hacemos muchas cosas en torno a la agricultura y los sistemas agroalimentarios. Un puente que busca mejorar la manera en la que vivimos.
A Madrid volvimos en coche también, y es curioso como las cosas de vuelta no se ven igual que en la ida, todo es siempre cuestión de perspectiva. “Tejo is the only witness of our lives, not the city”, dice un músico a mitad de Lisbon Story, con el Puente 25 de abril en el horizonte. Quizás pase lo mismo con los ríos de otras ciudades, agua dulce siendo testigo de lo que vivimos, de lo que soñamos, y de cómo algunos intentamos hacerlo mejor, un día a la vez.
Texto y fotografías de Hamid Yammine,
investigador del CEIGRAM y del proyecto AgroGreen SUDOE.
José Núncio, da ARBVS (Associação de Regantes e Beneficiários do Vale do Sorraia), um dos parceiros da AgroGreen SUDOE, fala-nos do projeto.
Fonte de vídeo original: https://www.youtube.com/watch?v=rmYjXYrEkrY&t=10s
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